Lo supe en todo momento.
Al despedirme ayer, dejando una llamada perdida en tu móvil,
yéndome con tu número en mi colección de ellos.
Al enviar, después, ese sms, invitador y sugerente:
un falso texto de breves palabras.
Durante los 90 minutos que compartimos en el bar.
Tu conversación a borbotones, tus anécdotas intrascendentales.
Mis breves frases, la defensa tan obvia.
Lo debiste notar por la posición de mis brazos, de mi cuerpo;
cruzados aquéllos sobre mi pecho, mientras me retraía yo hasta el límite:
la pared del bar no me dejó escapar más allá.
No faltó nada para completar el cuadró:
incluso amigos y amantes comunes, aunque no te dieras cuenta.
Aun así, lo hice.
Sopesé mis palabras, dudé en la casi despedida. Te invité casa.
Y según entrábamos por la puerta me preguntaba cuánto duraría aquello.
Demasiado, me respondí enseguida.
Un error, me repetí, mientras me besabas, mientras me dejaba llevar.
Mientras recorrías mi cuerpo con avidez.
Un error, mientras te forzaba a correrte.
Mientras te contaba mentiras blancas, llenando momentos postcoito.
Cuando te intentaba borrar de mi mente, después de realmente echarte de mi casa.
Y después de una interminable ducha,
tratando de borrar todo vestigio, todo olor
-de percibir cómo tu presencia persiste, a mi pesar-.
De intentar distraerme con cualquier cosa,
caigo en la cuenta que es el vacío de siempre,
la necesidad, obsesiva, de llenarlo.
Errores como éste, sí,
una y otra vez, me empuja a cometer.
428. PALABRAS FAVORITAS.
Hace 4 años
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