(Fragmento de mi diario de viaje)
Tal vez tú, como yo, hayas deseado que también te hubiera ocurrido algo semejante, años atrás.
Baño turco del hotel, in el Tirol … nada fuera de lo común, salvo la ausencia de gente. Solo en el baño turco, veo pasar por el área común a un chaval. De hecho, estoy a punto de llamarle la atención, porque la zona de las saunas está restringida para adultos y es nudista. Sin embargo, completamente agobiado por la humedad, salgo del hamman y me meto en la sauna más calienta, dejando que él siga con sus quehaceres. Después de todo, estoy en una etapa zen: busco la felicidad y que no inoportunen. Sin embargo, después de un chapuzón en el agua fría y otra incursión a otra sauna, herbal en este caso, él, también desnudo, me sigue.
No le hubiera echado yo más de 14, incluso menos, de no ser por su corpulencia. Normalmente en una sauna cierro los ojos, dejo que mi memoria se abra y me traiga cualquier recuerdo o que mi imaginación vuele. Me pierdo en la bruma, en el calor asfixiante. Un nirvana instantáneo. Pero en esta ocasión, al ver que él me mira con disimulo, pero de manera insistente, me quedo algo perplejo. Estoy a punto de marcharme, no quiero problemas. Pero al final inicio una conversación: quiero, sutilmente, decirle que no debe hacer eso. A los pocos instantes me comenta que es un pinche del hotel, que está realizando prácticas, y que solo tiene quince años. Muy agradable, sorprendentemente seguro en su actitud, en sus palabras. Y curioso, porque sigue mirando de soslayo mi cuerpo desnudo, mientras oculta una incipiente erección bajo la reducida toalla.
Después de un rato, después de pedirle permiso para hacerle una pregunta personal, la lanzo directa a bocajarro: "¿Eres gay?".
"No sé", me responde. "El amor es entre personas, y hay que probar todo en esta vida. ¿Y tú?"
Tan sincero, tan directo. ¡Ojalá todo fuera tan simple!
Seguimos hablando. De su pequeño pueblecito en las montañas con 250 habitantes, de su deseo de ser chef, de sus dudas y deseos. Me pregunta cómo es el sexo entre hombres, o si un beso es diferente cuando se da a un chico o a una chica. Se le ve aislado, además de con problemas de imagen: cara angelical, pero con cierta obesidad que seguro le convierten en el centro de las invectivas de sus compañeros del instituto.
En un momento dado le digo que no debe mirar de esa manera a un hombre adulto. Que es una invitación a algo más y que al ser menor de edad sería abrir la puerta a problemas (en realidad la edad de consentimiento en Austria es catorce años). Que algún día, tarde o temprano, conocerá a alguien. Un hombre, una mujer, con quien iniciar una relación entre iguales. Que no hay prisa, que todo tiene su momento y su tiempo. Él, rápido en sus contraataques verbales, responde con otra pregunta: "¿Qué hubiera hecho yo de tener él veinte años?". Le replico que, de ser así, después de hablar un rato y de quedarnos claro que nos atraíamos, tal vez le hubiera invitado a tomar algo, o a mi habitación. Pero que en realidad daba igual, porque su edad prohibía cualquier posibilidad (no quiero que lo interprete por un rechazo por su físico). Y que en cualquier caso, la diferencia de edad es excesiva. En ese momento se sorprende al saber que le triplico de largo la edad, cuando él pensaba que tenía apenas diez más que él. No puedo evitar sonreír, una vez más, al ver que es tan naïve.
Le digo que es muy valiente por comportarse de la manera que lo hace. Que a su edad yo era muy tímido y jamás me hubiera planteado hacer una cosa así. Disfrutando de algo tan natural como una sauna (hetero, en un hotel familiar), aproximarme a un desconocido, mayor, buscando su experiencia, su paraguas protector. Solo el hecho de abrirse a la posibilidad de ser gay, siendo de una aldea aislada de los Alpes austriacos, me parece digno de elogio. Jamás he tenido una conversación tan franca con alguien de su edad. Verdaderamente gratificante.
Alargamos tanto la conversación, que a punto estamos de deshidratarnos ambos. A los pocos minutos de marcharse, me doy cuenta que le podía haber ayudado algo más. Que le podía haber dado mi dirección de correo, decirle que podía escribirme cuando quisiera, comentarme sus dudas, sus experiencias. Sus miedos, para recibir algún consejo sobre cómo superarlos.
Si yo hubiera tenido alguien que me hubiera dado un empujón cuando tenía su edad, que hubiera resuelto alguna de mis dudas, mi vida hubiera dado un vuelco.
Me hubiera evitado un gran mar de dudas, de incertidumbres. Pánico al que dirán, a sufrir erecciones en situaciones comprometidas, a mis propios sentimientos y deseos. Me hubiera ahorrado una gran número de justificaciones inútiles.
Lo máximo que me aconteció, que sufrí mejor dicho, fue el encuentro con un sesentón de aspecto descuidado que me pregunto, a mis inocentes 12, si quería hacerle una paja. Yo salí corriendo, despavorido, rojo de vergüenza, preguntándome por qué a mí, qué había visto en mí. Pero también huí excitado. No es la mejor manera de dar un primer paso en el sexo entre hombres.
Así que le deseo lo mejor al chaval. Espero que al menos haya pasado por una experiencia útil, directa, sin tapujos, noble diría; que le habrá enseñado, espero, que no hay que avergonzarse de nada. Que sus sentimientos, sus deseos, son tan válidos como los de sus compañeros de clase. Y tal vez algún día, él también tenga la oportunidad de devolver el favor a algún chiquillo confundido.
Tal vez tú, como yo, hayas deseado que también te hubiera ocurrido algo semejante, años atrás.
Baño turco del hotel, in el Tirol … nada fuera de lo común, salvo la ausencia de gente. Solo en el baño turco, veo pasar por el área común a un chaval. De hecho, estoy a punto de llamarle la atención, porque la zona de las saunas está restringida para adultos y es nudista. Sin embargo, completamente agobiado por la humedad, salgo del hamman y me meto en la sauna más calienta, dejando que él siga con sus quehaceres. Después de todo, estoy en una etapa zen: busco la felicidad y que no inoportunen. Sin embargo, después de un chapuzón en el agua fría y otra incursión a otra sauna, herbal en este caso, él, también desnudo, me sigue.
No le hubiera echado yo más de 14, incluso menos, de no ser por su corpulencia. Normalmente en una sauna cierro los ojos, dejo que mi memoria se abra y me traiga cualquier recuerdo o que mi imaginación vuele. Me pierdo en la bruma, en el calor asfixiante. Un nirvana instantáneo. Pero en esta ocasión, al ver que él me mira con disimulo, pero de manera insistente, me quedo algo perplejo. Estoy a punto de marcharme, no quiero problemas. Pero al final inicio una conversación: quiero, sutilmente, decirle que no debe hacer eso. A los pocos instantes me comenta que es un pinche del hotel, que está realizando prácticas, y que solo tiene quince años. Muy agradable, sorprendentemente seguro en su actitud, en sus palabras. Y curioso, porque sigue mirando de soslayo mi cuerpo desnudo, mientras oculta una incipiente erección bajo la reducida toalla.
Después de un rato, después de pedirle permiso para hacerle una pregunta personal, la lanzo directa a bocajarro: "¿Eres gay?".
"No sé", me responde. "El amor es entre personas, y hay que probar todo en esta vida. ¿Y tú?"
Tan sincero, tan directo. ¡Ojalá todo fuera tan simple!
Seguimos hablando. De su pequeño pueblecito en las montañas con 250 habitantes, de su deseo de ser chef, de sus dudas y deseos. Me pregunta cómo es el sexo entre hombres, o si un beso es diferente cuando se da a un chico o a una chica. Se le ve aislado, además de con problemas de imagen: cara angelical, pero con cierta obesidad que seguro le convierten en el centro de las invectivas de sus compañeros del instituto.
En un momento dado le digo que no debe mirar de esa manera a un hombre adulto. Que es una invitación a algo más y que al ser menor de edad sería abrir la puerta a problemas (en realidad la edad de consentimiento en Austria es catorce años). Que algún día, tarde o temprano, conocerá a alguien. Un hombre, una mujer, con quien iniciar una relación entre iguales. Que no hay prisa, que todo tiene su momento y su tiempo. Él, rápido en sus contraataques verbales, responde con otra pregunta: "¿Qué hubiera hecho yo de tener él veinte años?". Le replico que, de ser así, después de hablar un rato y de quedarnos claro que nos atraíamos, tal vez le hubiera invitado a tomar algo, o a mi habitación. Pero que en realidad daba igual, porque su edad prohibía cualquier posibilidad (no quiero que lo interprete por un rechazo por su físico). Y que en cualquier caso, la diferencia de edad es excesiva. En ese momento se sorprende al saber que le triplico de largo la edad, cuando él pensaba que tenía apenas diez más que él. No puedo evitar sonreír, una vez más, al ver que es tan naïve.
Le digo que es muy valiente por comportarse de la manera que lo hace. Que a su edad yo era muy tímido y jamás me hubiera planteado hacer una cosa así. Disfrutando de algo tan natural como una sauna (hetero, en un hotel familiar), aproximarme a un desconocido, mayor, buscando su experiencia, su paraguas protector. Solo el hecho de abrirse a la posibilidad de ser gay, siendo de una aldea aislada de los Alpes austriacos, me parece digno de elogio. Jamás he tenido una conversación tan franca con alguien de su edad. Verdaderamente gratificante.
Alargamos tanto la conversación, que a punto estamos de deshidratarnos ambos. A los pocos minutos de marcharse, me doy cuenta que le podía haber ayudado algo más. Que le podía haber dado mi dirección de correo, decirle que podía escribirme cuando quisiera, comentarme sus dudas, sus experiencias. Sus miedos, para recibir algún consejo sobre cómo superarlos.
Si yo hubiera tenido alguien que me hubiera dado un empujón cuando tenía su edad, que hubiera resuelto alguna de mis dudas, mi vida hubiera dado un vuelco.
Me hubiera evitado un gran mar de dudas, de incertidumbres. Pánico al que dirán, a sufrir erecciones en situaciones comprometidas, a mis propios sentimientos y deseos. Me hubiera ahorrado una gran número de justificaciones inútiles.
Lo máximo que me aconteció, que sufrí mejor dicho, fue el encuentro con un sesentón de aspecto descuidado que me pregunto, a mis inocentes 12, si quería hacerle una paja. Yo salí corriendo, despavorido, rojo de vergüenza, preguntándome por qué a mí, qué había visto en mí. Pero también huí excitado. No es la mejor manera de dar un primer paso en el sexo entre hombres.
Así que le deseo lo mejor al chaval. Espero que al menos haya pasado por una experiencia útil, directa, sin tapujos, noble diría; que le habrá enseñado, espero, que no hay que avergonzarse de nada. Que sus sentimientos, sus deseos, son tan válidos como los de sus compañeros de clase. Y tal vez algún día, él también tenga la oportunidad de devolver el favor a algún chiquillo confundido.
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