De tu hija la mano me das.
Apenas núbil,
Como Luna llena, clara su piel.
Mujer a penas, un muchacho podría ser.
Como tú años ha.
Imberbe, ágil, jovial.
Inquietos negros ojos,
que con sorpresa miraban. Con deseo.
Aquel día cabalgamos al oasis.
Ganaste tú. Solo una cabeza, tu caballo más veloz.
No terminó ahí, la competencia.
Jóvenes machos, de importantes clanes primogénitos
La carrera al ouad, los juegos con el agua.
En el barro, más lucha.
Cuerpo a cuerpo; forcejeo y violencia.
Y más violencia, al perder el control.
Mayor, tú me dominaste.
Impotente, bajo tu cuerpo me hallaba.
De rabia casi lloraba.
Y de vergüenza, al sentir mi sexo erecto.
Después, el tuyo sobre mío.
Fijamente me miraste.
Hablar no pude, tu boca sello la mía.
Nuestro despertar sexual juntos,
de nuestros cuerpos, verdadero descubrimientos.
La suavidad de tu piel, la arena en tus pechos.
El fino músculo, trazado sobre ligero hueso.
Tus jugosos labios, la inquieta lengua,
de indagar nunca saciada.
Y nuevamente tus ojos, buscando, riendo.
La luna y su noche nos pilló en el palmeral.
Abrazados, nos calentamos juntos,
por las capas cubiertos.
Por nuestro deseo, por la pasión.
Hasta el amanecer el amor hicimos.
Saciados nuestros deseos ocultos.
Aun así, avergonzado regresé yo.
Seguían sonriendo tus ojos.
Nunca más cabalgamos juntos al oasis.
Nuestra amistad perduró.
Te amé entonces, como lo hago ahora.
Y de tu hija la mano me cedes.
¿Pensarás esta noche en mí, cuando la tome?
¿Me recordarás sus suaves curvas las tuyas?
¿Tendrá su abrazo la calidez del tuyo?
¿Soñarás que es tu cuerpo el que en mi lecho, exhausto, descansa?
Algo sé que no me podrá dar.
Te amo ahora, como antaño lo hice.