martes, 7 de agosto de 2007

Prometí que nunca más

¡Qué débil! Me prometí a mi mismo que nunca más, que no volvería a ocurrir.

Insatisfecho, frustrado después de una experiencia totalmente irrelevante. Mecánica, inhumana. Sexo solo por el sexo. Ni siquiera tuvo calidad, perfección técnica. Aunque he de reconocer que sabía lo que quería. Directo, con posiciones bien estudiadas. Pero era él, era yo: no había "nosotros".

Ni un beso, ni una caricia. Nada, salvo una vacío mayor que cuando entré en su casa.

Y juré que nunca más, que no se repetiría semejante experiencia. Que prefería pasar sin sexo. O tenerlo solo.

Ni tres días tardé. No lo iba buscando. O casi no. Un paseo por el parque, en bicicleta. Tal vez quería ahogar el deseo en el esfuerzo físico. Tal vez quería saciar mi sed con la visión de la gente, de los cuerpos; los olores.

Sentado, leyendo, observaba de vez en cuando. Bien sabía yo que el peligro estaba ahí, que la tentación me buscaba. Pero fue él quien me miró, insistentemente. Fue él quien se acercó, sonriendo. Me tomó la mano tiernamente. Por unos instantes fuimos como adolescentes.

He de confesar que valió la pena. Más tarde, en casa, desnudos, nos entregamos. No solo fue sexo; mi piel todavía recuerda sus besos por todo mi cuerpo.

"Los hados lo dirán", respondí cuando me pidió otra cita. Creo que el recuerdo de este fugaz encuentro es suficiente.

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