al placer sutil.
Curioso, sentir nuevamente, desvelado,
su mano en mi abdomen, su tacto en mi escroto.
El tenue contacto de su dorso contra mi pene.
Después de tantos hombres,
tantos que no recuerdo, éste domina mi noche de insomnio.
Me llama desde su silencio, desde su oscuridad.
Entiendo, solo ahora, las perdiciones,
las obcecaciones. La ciega pasión.
Y regreso, buscándolo,
intentando reconstruir el placer.
Extenderlo, aunque solo fuera por dos horas, antes de partir.
Mas, es otro. Un masajista distinto,
tal vez más atractivo. Más maduro.
Y quizás sospechando, no cierra completamente las cortinas.
Cubre, púdicamente, mis genitales deliberadamente semiexpuestos.
¡Ah! Pero qué placer inesperado:
la sublimación cuando imposible parecía.
De gloria, niveles nuevos.
Fuertes dedos que penetran, que casi desgarran mis carnes.
Un contacto íntimo, cercano.
Su peso sobre el mío.
El calor de sus genitales en mi trasero,
el milímetro de separación,
entre sus manos y los míos.
Y mi pene cobra vida. Lánguidamente tal vez,
Pareciera que bostezara.
Lentamente se desplaza sobre el fino, tenue lino.
Ya se yergue, sin despertar del todo.
Casi como velas de barco, con viento calmo.
Pero siempre dispuestas a conducirte a incógnitos lugares,
Inflamadas por una súbita tormenta.
Él nada dice, continua trabajando mi cuerpo.
Pero los toque casuales continúan.
Uno y otro. Sí y no.
Insistente, reiterativo, como las olas.
El contacto, siempre distinto,
Golpea, amasa, en los lugares mas inesperados.
En ciertos momentos, enlazados,
que extraño animal pareceríamos, de entrar alguien.
Nunca directo, confesaré que es más mi imaginación que su acción.
Pero me pierdo en su tacto,
Y el orgasmo, aunque distinto,
no por ello su valor pierde.
Se cumple mi tiempo. Se inclina, sonríe.
¿Complicidad? Tal vez un destello en sus ojos.