Homoerotika. David B. Navascués. Editorial Egales. Desatada Editorial.
“Y ya que tu nombre no dijiste, / Dimitri te llamaré. / O invocaré, en solitarias noches. / Por si acaso olvido tus formas, / tendré esas fotos robadas”.
Pequeña oda rusa. Página 16.
“Sí, sexo sucio, rápido. De rincón. / Es lo que quiero. / Y regresar oliendo a selva, a tierra. / A tu saliva sobre mi piel. / A tu sexo, al mío. Al semen compartido”.
Pequeña oda rusa. Página 16.
“Se marcha. / Del baño, del albergue. De mi vida. // El recuerdo perdura. Como siempre, el olor también”.
Un albergue, unas duchas. Página 29.
“¿Quién fuera luz para atravesar ese puente?”
Trasluz. Página 36.
“Después de tantos hombres, / tantos que no recuerdo, éste domina mi noche de insomnio. / Me llama desde su silencio, desde su oscuridad. / Entiendo, solo ahora, las perdiciones, / las obcecaciones. La ciega pasión”.
Dos horas en su poder. Página 39.
Homoerotika es un poemario brutalmente tierno tras carácter preeminentemente sexual, o cuando menos abiertamente erótico.
El autor parece un viajero de espíritu, un auténtico viajero físico y espiritual que no quiere parar nunca su deambular, en busca quién sabe si de sí mismo o sencillamente de la variedad, de la multiplicidad del mundo en perpetuo descubrimiento. Esa naturaleza nómada le lleva a una vida solitaria desde el punto de vista de la pareja occidental tradicional: no hay un compromiso, un sentimiento de pertenencia a nadie. El hombre se deja llevar por el deseo, por su cuerpo, por su instinto, pero esto no le hace insensible.
Su sinceridad resulta agradable. Él no está buscando –parece querernos decir- la media naranja, sino todos los bellos frutos cuyo olor pueda impregnarle y llenarle en el camino. Eso, alguna vez, puede provocar un sentimiento de vacío o de falta de raíces, de referencias… pero es un sentimiento fugaz. El viajero es el viajero y en su camino encontrará a cuantos quieran compartir con él el disfrute del momento y la entrega. Siempre ese deseo, ese instinto descrito en Tormenta (página 38) y que define de forma tan pura el deseo del hombre, especialmente del hombre homosexual: un deseo inconsciente de posteridad que no encuentra en este caso consecuencia alguna en progenie que perpetúe la memoria de ese hombre. Un deseo que se traduce en placer - la parte consciente de ese deseo- sus latigazos más inmediatos, puras descargas de olor y carne.
Entre tantas lamentaciones por no encontrar el amor perfecto en la marea de egoísmo del mundo occidental por parte de voces que no resultan más auténticas ni más personales que un certificado de obra única fabricado en serie, la voz de David B. Navascués suena a pureza, a honestidad.
Su alma se revela, además, tremendamente sensible a través de su cuerpo: hay varias “odas” al masaje recibido por hombres con los que el contacto físico propiciado por el ejercicio de una profesión, lleva a situaciones de erotismo, de juego y de entrega absolutos y disfrutados con gran plenitud. El hombre, el poeta se abandona a las sabias manos de esos masajistas, y su cuerpo responde sin cortapisas… acabe finalmente el masaje en algo más o no. Y no es una sino varias las composiciones las que dejan ver cómo esta situación es capaz de elevar al poeta físicamente pero también de forma profunda. Su emoción crece, desbordándose en un poema casi permanente, porque el deseo se pronuncia, florece, se insinúa, se hace dueño de todo, y el hombre encuentra plenitud.
En general una obra que se lee con placer, con la facilidad de un lenguaje sencillo y desnudo que describe la desnudez de los cuerpos que se entregan a esa bendita esclavitud del placer.